Asia ante la crisis financiera mundial

Todas las economías del Asia-Pacífico, desde su diversidad, se verán arrastradas irremediablemente por la crisis financiera, signo de que todas ellas son parte, sino actor principal, de la globalización. Si el centro de la economía se desplaza hacia Asia, el hemisferio, donde impera una mayor regulación del sistema financiero, deberá jugar un papel determinante en la redefinición en curso del capitalismo.
Asia tiene el recuerdo reciente de una crisis financiera, la de 1997, cuando cayeron en cadena las divisas de las principales economías exportadoras, salvo China.
En esta década y un año transcurridos desde la crisis de 1997, las economías asiáticas más dañadas entonces han remontado el vuelo de una u otra manera, más lentamente o más rápido.
El caso de Corea del Sur es el más interesante puesto que se trata de una economía que aprendió de la crisis y aplicó medidas.
Ahora, este nuevo contratiempo llega cuando Seúl intentaba reactivar una economía algo paralizada.
Otros de los más damnificados, Tailandia, ha vivido años de bonanza hasta chocar de nuevo con males de orden político, que frenan su entrada en el club de los países asiáticos desarrollados.
Sin haber salido de las dudas sobre su verdadera capacidad de recuperar el dinamismo que le llevó a ser la segunda economía mundial, Japón ha reaparecido en la escena financiera internacional con un sector bancario mucho más saneado que el de muchos países europeos para salvar, con su adquisición, algunas entidades del Viejo Continente.
Nuevos actores: China
Pero la gran incógnita es saber cómo actuará China ante una situación completamente nueva para el gigante emergente.
En una prueba de su responsabilidad ante el mundo, en la crisis de 1997 China aceptó no devaluar para evitar males mayores, es decir, una reacción en cadena todavía más acusada del resto de divisas.
Hoy, once años después, cumplidas nuevas fases de liberalización, la República Popular es la cuarta economía mundial y camina aceleradamente hacia el primer lugar, que podría alcanzar en 2020.
Paradójicamente, la negativa de China a acelerar la apertura de sectores clave como el financiero, así como la de mantener una férrea vigilancia sobre su política monetaria, la han protegido del descalabro general.
Pero a diferencia de lo ocurrido en la crisis financiera asiática de 1997, Pekín difícilmente puede ahora ya mantenerse al margen de naufragios como la recesión mundial que prevé el Fondo Monetario Internacional.
De hecho, la ralentización en los mercados desarrollados, los que han estado comprando ávidamente las exportaciones chinas a precios altamente competitivos, ya ha afectado al crecimiento de la economía de la República Popular.
El PIB chino se ha situado en el 9% en el tercer trimestre, es decir, en un sólo dígito, algo que no ocurría desde hacía cinco años. Es más, a los analistas les ha sorprendido el fuerte retroceso respecto al 10,1% del segundo trimestre y respecto a sus propias previsiones, que se situaban por debajo, pero cerca del 10%.
Con todo, ante la posibilidad de crecimientos negativos en las economías desarrolladas, un PIB chino que no caiga en el rojo sitúa a Pekín en el papel central en la salida de la crisis.
Para empezar, China es el país con más reservas en divisa extranjera del mundo, 1,9 billones de dólares. Le sigue Japón, con 1 billón.
Ambas economías serían las garantes de todo fondo de garantía de liquidez para la zona como el que ya se había decidido crear en mayo, según precisa The Economist.
Pero la diferencia entre China y Japón en esta coyuntura económica difícil es determinante. La República Popular crece, Japón se encamina a la recesión.
China, con su amplio margen para mantener un desarrollo todavía vibrante, deberá liderar como gran mercado emergente la recuperación.
Dada su avidez por alimentar su crecimiento, China fomenta, con sus importaciones, el superávit comercial de otras economías, especialmente las asiáticas.
La economía japonesa hace tiempo que ve soslayada la caída de las exportaciones a Estados Unidos con el crecimiento de la demanda en China.
Y si China asume este papel de motor, de locomotora, de liderazgo, en suma, alguna compensación deberá recibir en la redefinición de instituciones clave del sistema financiero internacional, como el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Eliminar el derecho de veto de Estados Unidos en el organismo debería ser una, un mayor papel de los países en vías de desarrollo y una cierta diversificación en materia de divisas.
En cualquier caso, China ofrece hoy su mejor rostro ante el mundo – qué mejor ejemplo que la cumbre ASEM--, dispuesta a exigir, pero no a incomodar, de modo a acallar las clásicas críticas occidentales a la posición china en materia comercial o política.
A diferencia de China, que todavía puede presumir de crecimientos más que holgados ante la crisis mundial, Japón y Corea del Sur, se encuentran, aunque en distintos estadios, asediados por la paralización internacional de la economía.
Tokio y Seúl se han volcado en la misma dirección, sostener la economía nacional con grandes planes de inversión en infraestructuras, una forma de fomentar la actividad económica, el empleo y, en consecuencia, la satisfacción del ciudadano.
Otra cosa es que dicho remedio vaya a ser suficientemente eficaz frente a contratiempos, en el caso de Japón, como la apreciación del yen y el alto coste que ello representa para los exportadores.
A diferencia de 1997, esta crisis es planetaria, globalizada, como la economía, y ni India ni Australia, que no sufrieron efecto relevante alguno hace once años, se han visto esta vez arrastradas como uno más.
Canberra ha tenido que salir en defensa de las entidades financieras nacionales y Nueva Delhi ve cómo se trunca la etapa de mayor crecimiento y transformación social en seis décadas.
El gobierno del Congreso, con el hábil gestor de dicho desarrollo al frente, Manmohan Singh, ha tomado las riendas con valentía y ha recortado rápidamente los tipos de interés como medida de urgencia.
India tiene pendiente la liberalización de algunos sectores, otro recurso para generar dinamismo versus estancamiento, pero, en definitiva, se ve abocada crecimientos más lentos.
En su conjunto, el continente se encuentra mejor pertrechado para hacer frente a este tsunami económico, puesto que los sistemas financieros están más saneados y las economías más diversificadas. Aún así, las exportaciones a los mercados ricos continúan siendo el eje central de muchas de ellas, por lo que la crisis puede ser menos traumática pero no deja de ser una realidad.
Asia tiene el recuerdo reciente de una crisis financiera, la de 1997, cuando cayeron en cadena las divisas de las principales economías exportadoras, salvo China.
En esta década y un año transcurridos desde la crisis de 1997, las economías asiáticas más dañadas entonces han remontado el vuelo de una u otra manera, más lentamente o más rápido.
El caso de Corea del Sur es el más interesante puesto que se trata de una economía que aprendió de la crisis y aplicó medidas.
Ahora, este nuevo contratiempo llega cuando Seúl intentaba reactivar una economía algo paralizada.
Otros de los más damnificados, Tailandia, ha vivido años de bonanza hasta chocar de nuevo con males de orden político, que frenan su entrada en el club de los países asiáticos desarrollados.
Sin haber salido de las dudas sobre su verdadera capacidad de recuperar el dinamismo que le llevó a ser la segunda economía mundial, Japón ha reaparecido en la escena financiera internacional con un sector bancario mucho más saneado que el de muchos países europeos para salvar, con su adquisición, algunas entidades del Viejo Continente.
Nuevos actores: China
Pero la gran incógnita es saber cómo actuará China ante una situación completamente nueva para el gigante emergente.
En una prueba de su responsabilidad ante el mundo, en la crisis de 1997 China aceptó no devaluar para evitar males mayores, es decir, una reacción en cadena todavía más acusada del resto de divisas.
Hoy, once años después, cumplidas nuevas fases de liberalización, la República Popular es la cuarta economía mundial y camina aceleradamente hacia el primer lugar, que podría alcanzar en 2020.
Paradójicamente, la negativa de China a acelerar la apertura de sectores clave como el financiero, así como la de mantener una férrea vigilancia sobre su política monetaria, la han protegido del descalabro general.
Pero a diferencia de lo ocurrido en la crisis financiera asiática de 1997, Pekín difícilmente puede ahora ya mantenerse al margen de naufragios como la recesión mundial que prevé el Fondo Monetario Internacional.
De hecho, la ralentización en los mercados desarrollados, los que han estado comprando ávidamente las exportaciones chinas a precios altamente competitivos, ya ha afectado al crecimiento de la economía de la República Popular.
El PIB chino se ha situado en el 9% en el tercer trimestre, es decir, en un sólo dígito, algo que no ocurría desde hacía cinco años. Es más, a los analistas les ha sorprendido el fuerte retroceso respecto al 10,1% del segundo trimestre y respecto a sus propias previsiones, que se situaban por debajo, pero cerca del 10%.
Con todo, ante la posibilidad de crecimientos negativos en las economías desarrolladas, un PIB chino que no caiga en el rojo sitúa a Pekín en el papel central en la salida de la crisis.
Para empezar, China es el país con más reservas en divisa extranjera del mundo, 1,9 billones de dólares. Le sigue Japón, con 1 billón.
Ambas economías serían las garantes de todo fondo de garantía de liquidez para la zona como el que ya se había decidido crear en mayo, según precisa The Economist.
Pero la diferencia entre China y Japón en esta coyuntura económica difícil es determinante. La República Popular crece, Japón se encamina a la recesión.
China, con su amplio margen para mantener un desarrollo todavía vibrante, deberá liderar como gran mercado emergente la recuperación.
Dada su avidez por alimentar su crecimiento, China fomenta, con sus importaciones, el superávit comercial de otras economías, especialmente las asiáticas.
La economía japonesa hace tiempo que ve soslayada la caída de las exportaciones a Estados Unidos con el crecimiento de la demanda en China.
Y si China asume este papel de motor, de locomotora, de liderazgo, en suma, alguna compensación deberá recibir en la redefinición de instituciones clave del sistema financiero internacional, como el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Eliminar el derecho de veto de Estados Unidos en el organismo debería ser una, un mayor papel de los países en vías de desarrollo y una cierta diversificación en materia de divisas.
En cualquier caso, China ofrece hoy su mejor rostro ante el mundo – qué mejor ejemplo que la cumbre ASEM--, dispuesta a exigir, pero no a incomodar, de modo a acallar las clásicas críticas occidentales a la posición china en materia comercial o política.
A diferencia de China, que todavía puede presumir de crecimientos más que holgados ante la crisis mundial, Japón y Corea del Sur, se encuentran, aunque en distintos estadios, asediados por la paralización internacional de la economía.
Tokio y Seúl se han volcado en la misma dirección, sostener la economía nacional con grandes planes de inversión en infraestructuras, una forma de fomentar la actividad económica, el empleo y, en consecuencia, la satisfacción del ciudadano.
Otra cosa es que dicho remedio vaya a ser suficientemente eficaz frente a contratiempos, en el caso de Japón, como la apreciación del yen y el alto coste que ello representa para los exportadores.
A diferencia de 1997, esta crisis es planetaria, globalizada, como la economía, y ni India ni Australia, que no sufrieron efecto relevante alguno hace once años, se han visto esta vez arrastradas como uno más.
Canberra ha tenido que salir en defensa de las entidades financieras nacionales y Nueva Delhi ve cómo se trunca la etapa de mayor crecimiento y transformación social en seis décadas.
El gobierno del Congreso, con el hábil gestor de dicho desarrollo al frente, Manmohan Singh, ha tomado las riendas con valentía y ha recortado rápidamente los tipos de interés como medida de urgencia.
India tiene pendiente la liberalización de algunos sectores, otro recurso para generar dinamismo versus estancamiento, pero, en definitiva, se ve abocada crecimientos más lentos.
En su conjunto, el continente se encuentra mejor pertrechado para hacer frente a este tsunami económico, puesto que los sistemas financieros están más saneados y las economías más diversificadas. Aún así, las exportaciones a los mercados ricos continúan siendo el eje central de muchas de ellas, por lo que la crisis puede ser menos traumática pero no deja de ser una realidad.
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