La tierra se seca y crece la lucha por el agua en Los Andes

Buenos Aires, ARGENTINA 20 sep (ABI).- Gumercinda Catunta hace tiempo que anda con la intención de ?sembrar y cosechar lluvia?. Pero cuando va a pedir ayuda a las autoridades de Pampamarca obtiene siempre la misma respuesta: no hay presupuesto, anota un reportaje publicado el lunes por el diario El Clarín.
Gumercinda repite su pedido en la plaza del pueblo de la provincia de Cusco, en Perú. Tiene 41 años, tres hijos y está parada bajo el monumento que recuerda que estas tierras son las de Tupac Amaru y de su compañera, Micaela Bastidas.
Son las tierras que forman parte del país que más sufre los efectos del cambio climático en el mundo y donde ni la ayuda del Estado ni de los países responsables del calentamiento global llegan.
Agrega que, a más de 3.800 metros, la falta de agua, la retracción de los glaciares, las temporadas desdibujadas, las heladas repentinas, las épocas de lluvias cada vez más cortas e intensas, los fríos cada vez más fríos y el calor cada vez más alto son las manifestaciones más concretas del cambio climático, esas variaciones del tiempo atribuidas directa o indirectamente a la actividad humana.
Gumercinda habla mientras una banda de músicos suena dentro de la Municipalidad de este pueblo a unas dos horas del centro turístico de Machu Picchu y anticipa la salida de una pareja de recién casados seguidos por un enjambre de parientes y amigos y una nube de papel picado, la única nube que se ve a miles de kilómetros.
El cambio climático amenaza con la vida tal como se la vivió durante años en la región de Cusco.
?Antes sabíamos cuándo sembrar porque comenzaban las lluvias. Antes había tres manantiales de donde sacábamos el agua para regar. Ya no están, pero están las nuevas plagas y las papitas que se malogran?, enumera Roberto Lazo, uno de los vecinos que participa de un proyecto que involucra a 6.500 familias para poder adaptarse al cambio climático. La asociación ARARINA es la encargada de transmitir 24 técnicas no contaminantes orientadas a mejorar la productividad del suelo, el manejo del agua y su conservación.
?Hace tres años que las temperaturas son tan frías que nuestros niños se enferman de cosas nunca vistas. Además de sufrir la desnutrición, mueren de neumonía?, cuenta Gumercinda.
A unas dos horas de Pampamarca está Espinar, otra de las provincias peruanas que forma la región de Cusco. ?Aquicito el pasto no crece como antes? y la Puna seca se ve cada vez más seca.
El cordón montañoso que rodea las comunidades campesinas está marrón oscuro. ?Antes había nevados y glaciares, pastizales enormes, pero sin hielo ya no hay agua?, explica Adriano Paucara, uno de sus pobladores.
Perú y Ecuador son los dos países de América latina que tienen glaciares tropicales, superficies heladas entre el Trópico de Cáncer y el de Capricornio y que según los estudios científicos están desapareciendo.
Más allá de que la retracción y avance de estas masas heladas es un proceso natural, la intervención del hombre modificó este ciclo. Y sin glaciares no hay agua y sin agua no hay vida. Entonces, la lucha por el agua no es un vaticinio de ciencia ficción. Un estudio de 2007 por la Comunidad Andina pronostica que en América latina las tensiones por el agua involucrarán entre 7 y 77 millones de personas.
Y eso sucede en Perú, donde ciudades como Espinar tienen sólo dos horas diarias de agua. Este país ya perdió el 40 por ciento de bloques helados en los últimos 30 años y casi la misma proporción se derritió en Ecuador. Los dos países están anotados para recibir el fondo de compensación y para adaptación al cambio climático que se lanzó en la Cumbre de Copenhague. Pero poco se ha avanzado.
Los fondos serán el tema del próximo diciembre durante la reunión de Cancún.
Pero ni el dinero ni las negociaciones llegan, por ahora, a estas tierras altas de los Andes.
Sólo los campesinos, las ONGs y la cooperación internacional.
Adriano Paucara es uno de los pocos que ya siembra y cosecha lluvia. Gracias a fondos de OXFAM a la ONG regional Asociación Proyección construyó un reservorio de agua y un sistema de riego por aspersión que hace que su parcela sea un lunar verde entre tanto seco. Un modelo que intentan copiar otros pobladores.
A 4.400 metros en Camanoccla hace seis meses que se lo está copiando.
?No hay pasto como antes. El sol quema como nunca. Antes caminábamos en patitas, ahora necesitamos zapatos. Hay heladas repentinas que malogran las cosechas. Vienen huracanes y enfermedades a los niños?, cuenta uno de sus moradores de la comunidad formada por 500 familias. En lo que va del año ?30 angelitos se nos fueron al cielo. No soportaron el frío y la neumonía que antes no había, pero que ahora sí?.
El páramo en Ecuador es una esponja verde gigante, un ecosistema que se da en esta parte del mundo a más de 3.000 metros altura y que llega hasta las nieves que se creían eternas. El páramo, que tapiza las alturas del nevado de Cayambe ayuda a guardar el agua del deshielo y de la llovizna fina que se acaba de largar justo al pasar la línea imaginaria que divide al mundo en norte y sur.
?Lo hemos recuperado?, dice Salvador Acero, de la comunidad Monjas Altas, y quien junto a sus vecinos han desarrollado un sistema de protección del medio ambiente. Son los primeros días de frío y todavía es posible llegar a los 4.500 metros donde está el refugio del glaciar. Antes, sus hielos llegaban hasta la construcción de piedras y techo a dos aguas, pero al disminuir unos 400 metros se lo ve de lejos.
Hace más de 20 años que estas comunidades indígenas recibieron las tierras por la reforma agraria ecuatoriana para estas 48 comunidades. Pero después de la tierra llegó el gran problema del agua. Entonces, formaron una Junta del Agua que todos los últimos sábados del mes decide sobre cómo manejarla. En este proceso, con el asesoramiento de técnicos y la ayuda del Instituto de Ecología y Desarrollo de la Comunidad Andina aprendieron que si su ganado seguía comiendo ?y secando el páramo? el agua sería aún más escasa. Al glaciar del nevado lo veían desaparecer y aprendieron que esas esponjas ayudaban a conservar su agua de deshielo y de la lluvia. Las comunidades construyeron un sistema de canales que les permitió llevar agua a las tierras y salir de una agricultura de subsistencia a otra donde hay excedentes de papas, cebollas y hortalizas. También se regularon para que al páramo sólo suban como máximo 800 vacas y nunca cerca de las fuentes de agua porque sin pasto o flora autóctona esta se escurre y se pierde.
Gumercinda repite su pedido en la plaza del pueblo de la provincia de Cusco, en Perú. Tiene 41 años, tres hijos y está parada bajo el monumento que recuerda que estas tierras son las de Tupac Amaru y de su compañera, Micaela Bastidas.
Son las tierras que forman parte del país que más sufre los efectos del cambio climático en el mundo y donde ni la ayuda del Estado ni de los países responsables del calentamiento global llegan.
Agrega que, a más de 3.800 metros, la falta de agua, la retracción de los glaciares, las temporadas desdibujadas, las heladas repentinas, las épocas de lluvias cada vez más cortas e intensas, los fríos cada vez más fríos y el calor cada vez más alto son las manifestaciones más concretas del cambio climático, esas variaciones del tiempo atribuidas directa o indirectamente a la actividad humana.
Gumercinda habla mientras una banda de músicos suena dentro de la Municipalidad de este pueblo a unas dos horas del centro turístico de Machu Picchu y anticipa la salida de una pareja de recién casados seguidos por un enjambre de parientes y amigos y una nube de papel picado, la única nube que se ve a miles de kilómetros.
El cambio climático amenaza con la vida tal como se la vivió durante años en la región de Cusco.
?Antes sabíamos cuándo sembrar porque comenzaban las lluvias. Antes había tres manantiales de donde sacábamos el agua para regar. Ya no están, pero están las nuevas plagas y las papitas que se malogran?, enumera Roberto Lazo, uno de los vecinos que participa de un proyecto que involucra a 6.500 familias para poder adaptarse al cambio climático. La asociación ARARINA es la encargada de transmitir 24 técnicas no contaminantes orientadas a mejorar la productividad del suelo, el manejo del agua y su conservación.
?Hace tres años que las temperaturas son tan frías que nuestros niños se enferman de cosas nunca vistas. Además de sufrir la desnutrición, mueren de neumonía?, cuenta Gumercinda.
A unas dos horas de Pampamarca está Espinar, otra de las provincias peruanas que forma la región de Cusco. ?Aquicito el pasto no crece como antes? y la Puna seca se ve cada vez más seca.
El cordón montañoso que rodea las comunidades campesinas está marrón oscuro. ?Antes había nevados y glaciares, pastizales enormes, pero sin hielo ya no hay agua?, explica Adriano Paucara, uno de sus pobladores.
Perú y Ecuador son los dos países de América latina que tienen glaciares tropicales, superficies heladas entre el Trópico de Cáncer y el de Capricornio y que según los estudios científicos están desapareciendo.
Más allá de que la retracción y avance de estas masas heladas es un proceso natural, la intervención del hombre modificó este ciclo. Y sin glaciares no hay agua y sin agua no hay vida. Entonces, la lucha por el agua no es un vaticinio de ciencia ficción. Un estudio de 2007 por la Comunidad Andina pronostica que en América latina las tensiones por el agua involucrarán entre 7 y 77 millones de personas.
Y eso sucede en Perú, donde ciudades como Espinar tienen sólo dos horas diarias de agua. Este país ya perdió el 40 por ciento de bloques helados en los últimos 30 años y casi la misma proporción se derritió en Ecuador. Los dos países están anotados para recibir el fondo de compensación y para adaptación al cambio climático que se lanzó en la Cumbre de Copenhague. Pero poco se ha avanzado.
Los fondos serán el tema del próximo diciembre durante la reunión de Cancún.
Pero ni el dinero ni las negociaciones llegan, por ahora, a estas tierras altas de los Andes.
Sólo los campesinos, las ONGs y la cooperación internacional.
Adriano Paucara es uno de los pocos que ya siembra y cosecha lluvia. Gracias a fondos de OXFAM a la ONG regional Asociación Proyección construyó un reservorio de agua y un sistema de riego por aspersión que hace que su parcela sea un lunar verde entre tanto seco. Un modelo que intentan copiar otros pobladores.
A 4.400 metros en Camanoccla hace seis meses que se lo está copiando.
?No hay pasto como antes. El sol quema como nunca. Antes caminábamos en patitas, ahora necesitamos zapatos. Hay heladas repentinas que malogran las cosechas. Vienen huracanes y enfermedades a los niños?, cuenta uno de sus moradores de la comunidad formada por 500 familias. En lo que va del año ?30 angelitos se nos fueron al cielo. No soportaron el frío y la neumonía que antes no había, pero que ahora sí?.
El páramo en Ecuador es una esponja verde gigante, un ecosistema que se da en esta parte del mundo a más de 3.000 metros altura y que llega hasta las nieves que se creían eternas. El páramo, que tapiza las alturas del nevado de Cayambe ayuda a guardar el agua del deshielo y de la llovizna fina que se acaba de largar justo al pasar la línea imaginaria que divide al mundo en norte y sur.
?Lo hemos recuperado?, dice Salvador Acero, de la comunidad Monjas Altas, y quien junto a sus vecinos han desarrollado un sistema de protección del medio ambiente. Son los primeros días de frío y todavía es posible llegar a los 4.500 metros donde está el refugio del glaciar. Antes, sus hielos llegaban hasta la construcción de piedras y techo a dos aguas, pero al disminuir unos 400 metros se lo ve de lejos.
Hace más de 20 años que estas comunidades indígenas recibieron las tierras por la reforma agraria ecuatoriana para estas 48 comunidades. Pero después de la tierra llegó el gran problema del agua. Entonces, formaron una Junta del Agua que todos los últimos sábados del mes decide sobre cómo manejarla. En este proceso, con el asesoramiento de técnicos y la ayuda del Instituto de Ecología y Desarrollo de la Comunidad Andina aprendieron que si su ganado seguía comiendo ?y secando el páramo? el agua sería aún más escasa. Al glaciar del nevado lo veían desaparecer y aprendieron que esas esponjas ayudaban a conservar su agua de deshielo y de la lluvia. Las comunidades construyeron un sistema de canales que les permitió llevar agua a las tierras y salir de una agricultura de subsistencia a otra donde hay excedentes de papas, cebollas y hortalizas. También se regularon para que al páramo sólo suban como máximo 800 vacas y nunca cerca de las fuentes de agua porque sin pasto o flora autóctona esta se escurre y se pierde.
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